22 Nov No me quieras tanto y quiéreme mejor
Mucho de lo que buscamos en el amor romántico, como las increíbles propuestas de ensueño, las muestras deliberadas y espontaneas de afecto o los altibajos emocionales acompañados de sus correspondientes reconciliaciones, no tienen mucho que ver con el amor.
De hecho, si te paras a pensarlo un momento, no son sino otra forma de dominar al otro. De sentirse con derecho a todo sobre la pareja. Pero el dichoso Walt Disney nos lo vendió tan bien que claro, ahora nos cuesta deshacernos de toda esta patraña que compramos con gusto.
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Celebra tu dependencia
Puedes amar mucho pero mal. Y esto tienes que entenderlo. No todo vale. El amor enfermizo se nutre de personalidades que huyen de sus problemas usando como vía de escape lo que sienten el uno por el otro. Para que lo entiendas, básicamente se usan mutuamente para aliviarse y escapar de si mismos.
Esto sucede cuando ambos miembros de la pareja son dependientes emocionalmente. Pero en este punto me gustaría aclarar algo al respecto de la independencia, ya que últimamente veo mucho ensalzamiento de la autonomía y parece que dejarte influir por tu pareja hoy día fuera algo así como un crimen de guerra por el que se te juzgará sin piedad.
No existe ninguna persona independiente. Todos nos influenciamos constantemente. Y muy a nuestro pesar, las opiniones de los demás SI que nos importan. La diferencia esta en que a algunos les importa más que a otros.
Pero nadie está a salvo; somos una de la especies más sociables del planeta. Es más, nuestra capacidad intelectual ha llegado a ser lo que es gracias a ese proceso de socialización en el que la influencia recíproca es inevitable.
Tanto es así, que aquellas personas con un alto grado de independencia, impermeables al contagio emocional son considerados una patología e incluso un peligro para el resto de la sociedad. Los conocemos como psicópatas.
Así que no es como se pensaba en un principio. Realmente no se progresa de la dependencia a la independencia, a lo largo de nuestra vida, lo que ocurre es que cambiamos el tipo de dependencia.
De niños existe lo que se llama una dependencia vertical, en la que hay una persona que cuida y otra que es cuidada. A medida que crecemos, esa dependencia se va nivelando hasta alcanzar la horizontalidad donde sigue existiendo una figura que cuida y otra que recibe ese cuidado pero a la vez el que recibe también ejerce ahora de cuidador.
Ambos miembros dan. Ambos son sujetos activos en una relación reciproca, en la que el poder es sustentado equitativamente entre los dos.
A este tipo de relación horizontal se la conoce como interdependencia y es el modelo de relación sana y reconfortante ideal que debería primar entre adultos maduros. Pero al igual que yo, tú también sabes que la amplia mayoría de nosotros no llegamos a nivelar del todo. Hay mucha gente que tiene problemas en esa transición desde la verticalidad hasta la horizontalidad.
Hay padres por ejemplo que son excelentes cuidadores cuando están a cargo de niños pequeños muy dependientes y demandantes pero sin embargo cuando estos crecen y empiezan a reclamar su espacio y autonomía, se viene la fiesta como se suele decir.
O adultos también, que en sus relaciones de pareja siguen buscando una dependencia vertical. Buscan a alguien que les cuide, una madre. O incluso pueden estar buscando a alguien a quien cuidar o salvar.
La gemela malvada de la interdependencia: la codependencia
Cuando esto ocurre, ya no hablamos de una interdependencia sino de una codependencia. Son relaciones en las que un miembro es dependiente del otro y el otro es adicto a esa misma dependencia.
Se establece entonces una dinámica relacional muy típica. Uno de los miembros, aquel que no asume la responsabilidad de sus problemas, se identifica como la víctima mientras que el otro, se disfraza de salvador enarbolando un falso altruismo que no es más que un vano intento de superar sus propios mambos, de los cuales hablaremos ahora.
Este salvador suele padecer lo que en psicología se denomina el síndrome del caballero blanco. Son personas con la necesidad compulsiva de rescatar a otras que se encuentran en problemas. Por eso suelen establecer vínculos con personas dependientes que atraviesan diversas dificultades.
El caballero blanco suele arrastrar un historial de abandonos y afectos no correspondidos bastante subyugante. Y aunque en principio puede parecer que te brindan sus consejos y ayuda de manera desinteresada, con el tiempo , el caballero deja de ser tan caballero y se descubre como un auténtico tirano que obliga al otro a aceptar su ayuda o a comportarse como él considera correcto.
Estos salvadores desean ser todo para el otro y a menudo se ofenden o se quejan de la ingratitud del rescatado que no se deja ayudar. Suelen ser manipuladores y bajo esa careta de complacencia y preocupación por el otro, esconden una necesidad atroz de controlar y dominar al otro.
Tan grande es esta necesidad que el caballero blanco reforzará sutilmente las debilidades de su pareja e incluso torpeadará la recuperación para así poder seguir ejerciendo como salvador. A menudo son como esos bomberos pirómanos que causan ellos mismos los incendios.
Y si todo esto falla y finalmente su compañero logra superar su situación y seguir adelante, ellos abandonarán la relación en busca de otra alma a la que salvar.
Este tipo de vinculaciones amorosas no llegan a buen puerto como te habrás imaginado. Este tipo de relaciones son frágiles y deshonestas ya que nacen de la necesidad de evadir el dolor propio y no del amor genuino y aprecio por la pareja.
Sin embargo ambas personalidades, la dependiente y la codependiente se atraen poderosamente entre si, ya que sus patologías se acomodan a la perfección. Y suelen acabar juntos.
Es llamativo que cuando estas personas, tanto la víctima como la salvadora encuentran una pareja emocionalmente estable, no suelen durarles mucho. A menudo son ellos mismos quienes dan por finalizada la relación porque se sienten aburridos o les falta química.
Mientras que la víctima no para de crear mas y mas problemas por resolver con el objetivo de atraer la atención y el afecto que busca, el salvador los resuelve no porque de verdad le importen, sino porque cree que una vez los solucione obtendrá ese reconocimiento y adoración que tanto ansia.
Lo que suele ocurrir es que tristemente ambos fracasan en satisfacer las necesidades del otro. Y fracasan porque víctima y salvador se utilizan mutuamente para encontrar un bienestar efímero.
¿Y si amamos mejor?
Es importante que entiendas que el amor no es salvar al otro. El amor sano y genuino surge solo cuando dos personas asumen de verdad la responsabilidad de sus problemas y los resuelven con el apoyo mutuo de su pareja.
Si la víctima sintiera aprecio por su salvador, le diría: “No te preocupes, este es mi problema, ya lo solucionaré. Aunque te agradecería que estuvieras ahí apoyándome mientras tanto”. Esto, sí que sería una verdadera muestra de amor.
Y si el salvador quisiera de verdad, ayudar a la víctima le diría: “Eh, estas echando balones fuera, estas culpando a los demás de tus problemas. ¿a qué esperas para hacerte cargo tú de ellos?».
No se trata de que todo lo que sea importante para tu pareja también lo sea para ti. No tiene porque. Pero tu pareja si tendría que ser importante para ti.
Amar es compartir. Y para compartir debes dejar de alimentar tu ego. Si no estás dispuesto a ello no deberías hacer perder el tiempo a nadie.
Puede parecerte que estas no son muestras de amor grandilocuente. Que estas no son las respuestas que darían personas que de verdad están enamoradas la una de la otra. Incluso te pueden parecer dañinas y crueles.
Y es normal que pienses eso porque este tipo de comportamientos encaminados al crecimiento sano y mutuo que debería surgir en el seno de una pareja, resulta que no vende en cartelera. Lo que vende es una Blancanieves o una Cenicienta o una Sirenita que olvidándose de sus necesidades, se vuelcan en las de los demás.
Lo que vende es un amor que nace de la necesidad, que te hace sufrir, intenso, cruel, fugaz, hostil, desenfrenado, visceral y obsesivo. Y el amor no debería sentirse así. No debería.
De ti depende si comulgas con este tipo de dinámicas toxicas. Es tu elección. Ahora eso si, después no llores las esquinas preguntándote porque nadie te elige. Porque la respuesta es bien sencilla: Nadie te elige porque tú no te eliges
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