06 Jul Cómo gestionar las temibles rabietas
Seguro que como padre te has preguntado alguna vez qué hacer con las rabietas de tu hijo o como reaccionar de la mejor manera frente al típico berrinche incontrolable. En este artículo te enseñaré algunas estrategias para hacer frente a estas situaciones y que la relación con tus hijos no se vea deteriorada en el camino.
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En obras
Imagina que tu cerebro es una casa de dos plantas. En la planta baja se sitúan las funciones más primitivas, la más básicas. Se encargan de la respiración, los impulsos y las emociones como la ira o el miedo. En cierto modo, es en esta planta donde se suelen encontrar la cocina, el comedor y el cuarto de baño. Es la planta de la casa donde se satisfacen las necesidades básicas.
El cerebro superior, la planta alta, es bien distinto. El cerebro superior es más evolucionado que el inferior; nos regala una perspectiva más amplia del mundo. Podemos imaginárnoslo como una gran biblioteca. Cuando el cerebro superior del niño está a pleno rendimiento, el pequeño puede regular sus emociones, plantearse las consecuencias de sus actos o tener en cuenta los sentimientos de los demás.
El cerebro de cualquier persona, ya sea adulta o niño, funciona mejor cuando ambos cerebros, superior e inferior están integrados. Por lo tanto, nuestro trabajo como padres, seria ayudar a construir la escalera metafórica que comunica ambas plantas.
De esta manera, el cerebro superior puede contribuir a aplacar las reacciones extremas, los impulsos y las emociones originadas allí y el cerebro inferior puede aportar el instinto y la emotividad que son realmente necesarias a la hora por ejemplo, de tomar decisiones importantes.
Pero hay que tener en cuenta una cosa. Mientras que el cerebro inferior está plenamente desarrollado al nacer, el cerebro superior se construye a marchas forzadas durante los primeros años y luego durante la adolescencia, sufre una importante remodelación, que dura hasta aproximadamente la veintena.
Así que ahora vienen las malas noticias. El cerebro de tu hijo es una obra en curso. La planta de abajo está totalmente amueblada pero cuando alzas la mirada, ves que la planta superior está a medio construir, esta inacabada.
Es por eso que el cerebro superior de tu hijo, aún no funciona al 100% y es por eso, que tu hijo se queda habitualmente atrapado en la planta baja sin poder acceder a la planta superior. Esto es lo que lo lleva a carecer de empatía, a perder los papeles, actuar sin pensar o las temibles rabietas fruto de la imposibilidad de gestionar sus emociones.
Cuando tu amígdala está al volante
Pero esto no es todo. Por si fuera poco, en situaciones de estrés, la amígdala se activa y bloquea la escalera que comunica ambas plantas. Esto ocurre en situaciones de peligro, cuando necesitamos actuar sin pensar. Es entonces cuando la amígdala se adueña por completo de la planta superior. Esto agrava todo lo anterior. Ahora no solo hay que hacer frente a un cerebro superior en construcción, sino que en situaciones estresantes la parte que podría intervenir para equilibrar fuerzas, se encuentra totalmente inaccesible.
¿Como responder a las rabietas?
Cuando tu hijo se agarra una pataleta de campeonato porque su vaso favorito de Paw Patrol está lavándose en el lavavajillas, su cerebro inferior se ha activado y la amígdala además ha cerrado el pestillo que impide acceder a la planta alta. ¿Qué hacemos entonces?
La mayoría de padres han sido instruidos en el sutil arte de pasar de sus hijos cuando estos pierden los papeles. Es lo que se ha enseñado durante mucho tiempo. Siempre se ha dicho que si les prestamos atención durante una rabieta, le damos a entender que disponen de una poderosa arma de chantaje para usar contra nosotros.
Esto está claramente errado. Nunca la respuesta de un padre hacia un hijo, debe ser la absoluta indiferencia. Pero además, no todas las rabietas son iguales. La contención que ofreceremos a nuestros hijos dependerá del tipo de rabieta que estemos presenciando.
Rabietas del cerebro superior
La primera de las rabietas de la que hablaremos es la llamada rabieta del cerebro superior. Esta, tiene lugar cuando tu hijo decide tener una pataleta. Es un acto de guerra consciente, cuyo objetivo es hacerte perder la paciencia y que finalmente cedas a sus exigencias.
Tu hijo puede dar la impresión de que está totalmente descontrolado y fuera de sí pero hazme caso, sabe perfectamente lo que hace y todo forma parte de una estrategia de manipulación. ¿Cómo puedes identificarla? Es bien fácil. Si cedemos a sus exigencias o le recordamos que puede estar a punto de perder algún privilegio y entonces deja de patalear, es que te está tomando el pelo, se trata de una rabieta del cerebro superior.
Frente a este ataque directo, no existe otra respuesta posible: no se negocia con terroristas. Una rabieta del cerebro superior no admite consideración. Como padres, debemos mantenernos firmes y establecer unos límites estrictos.
Si la conducta continua, dejaremos bien claro que esos comportamientos traen consecuencias y que cada uno deberá responsabilizarse de sus actos. Podríamos decir algo así como “Entiendo que quieras ese vaso, es tu vaso favorito pero no me gusta cómo te estas comportando. Si no te tranquilizas, no sacaré el vaso del lavavajillas y además te quedarás sin dibujos después de comer”.
Si actuamos así durante un tiempo, si somos constantes y coherentes en nuestras respuestas, estas rabietas dejarán de producirse ya que nuestros hijos se darán cuenta que esta estrategia no les sirve de mucho y que además, puede acarrearles consecuencias negativas.
Rabietas del cerebro inferior
La rabieta del cerebro inferior es diametralmente distinta. Imagina que mientras tu hijo jugaba en el parque, otro niño le golpea la cara con su pelota sin intención alguna. La secuencia a continuación quizás te suene. Tu hijo te mira, después mira al otro niño, vuelve a mirarte y es entonces cuando llega el estallido descontrolado.
En este momento la amígdala ha tomado el control y por tanto, el cerebro superior e inferior se encuentran incomunicados. La amígdala ha echado el pestillo que le permitía a tu hijo acceder a la planta alta y por tanto nuestro hijo es incapaz de usar las aptitudes propias del cerebro superior, como plantearse las consecuencias de su comportamiento o tener en consideración los sentimientos de los demás. Esta realmente fuera de si.
En este caso, en el que hay una clara desintegración, nuestra actitud como padres debe ser muy distinta a la anterior. Lo primero que debemos hacer es conectar con nuestro hijo y tranquilizarlo. Pero ¿cómo lo conseguimos?
La respuesta no verbal más potente, es la que seguramente todo padre ofrece de manera automática: tocar a nuestro hijo. Le pones la mano en el brazo, lo atraes hacia ti, le masajeas la espalda, le sostienes la mano. Un simple abrazo o apretarle sutilmente la mano puede desactivar una situación de desintegración y estrés.
Al igual que nos han enseñado a acercarnos a un perro tendiendo el dorso de la mano, agachándonos y hablando con voz suave y tranquilizadora, si hacemos esto mismo con nuestro hijo estaremos transmitiendo el siguiente mensaje: “No soy una amenaza”. Cuando tu hijo detecta esto, el cerebro inferior, el impulsivo, el reactivo, pierde fuerza.
Otra de las formas de transmitir este mensaje de consuelo y seguridad, es colocando nuestro cuerpo en una postura opuesta a la de imponer y amenazar. Prueba a colocarte por debajo del nivel de los ojos de tu hijo. Otros muchos mamíferos hacen esto para mandar el mensaje de: “No tienes por qué pelear conmigo, estamos en el mismo equipo”.
Si el niño corre peligro de hacerse daño a si mismo o a otra persona, podemos agarrarlo suavemente y alejarlo del lugar mientras le hablamos en los mismos términos.
Te pido encarecidamente que realices la prueba y te sorprenderá lo rápido y efectivo que resultan estas técnicas. Te vas a asombrar también al descubrir, que poner el cuerpo en esta posición relajada y no amenazadora, no solo tranquiliza y calma a tu hijo, sino también a ti.
Deja de hablar y escucha
Por otro lado, no tiene ningún sentido hablar en ese preciso momento del comportamiento adecuado o de las consecuencias venideras de sus actos.
Cuando nuestro hijo está en mitad de una rabieta del cerebro inferior, es totalmente incapaz de procesar esa información porque una conversación de ese tipo, requiere de un cerebro superior activo. Es inútil intentar que entienda la lógica de nuestra postura.
El tema es que como la amplia mayoría de padres, cuando imponemos disciplina, hablamos demasiado. No sé porque, pero pensamos que al soltarles un sermón en mitad de un berrinche, aprenderán la lección y tomarán una decisión mejor la próxima vez.
¿Quieres que tu hijo pase de tu cara? Explícale algo y luego, vuelve una y otra vez sobre la misma cuestión.
De hecho, hablar suele agravar el problema. Un niño alterado se encuentra atascado en una sobrecarga sensorial. Sus sentidos están saturados y le resulta muy difícil siquiera escucharte.
Imagina por un momento que te estas ahogando y cuando el socorrista llega a tu posición, en vez de ofrecerte su salvavidas y agarrarte, se dedica a sermonearte sobre las medidas de seguridad en las zonas de baño.
Evidentemente, no retendrás absolutamente nada de lo que te diga porque en tu cabeza lo único que se escucha una y otra vez es: “Dame ese maldito flotador ahora mismo”
Así, que lo primero que debemos hacer cuando la amígdala se ha adueñado del cerebro superior de nuestro hijo es ayudarlo a descorrer el pestillo que da acceso a la planta alta. Y esto lo conseguimos tranquilizándolo, tal y como mencionamos antes.
Solo después, cuando el cerebro superior ha recobrado toda su actividad y el niño se encuentra en un estado más receptivo, podremos hablarle de las conductas adecuadas e inadecuadas.
Así que cierra la boca y escucha. Pero escucha realmente lo que tu hijo te dice. No es momento para discrepar, sermonearle o decirle que deje de sentirse así porque no le han invitado a la fiesta.
Es fácil, tan solo tienes que sentarte con él y darle el tiempo que necesite para expresarse. Él te dirá todo lo que necesitas saber.
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